
Posición Doctrinal
1) La Biblia es la palabra de Dios, sin igual en su importancia y autoridad. Ha sido divinamente inspirada y revelada por el Espíritu Santo y por lo tanto sin error en los documentos originales. Su inspiración es plenaria y verbal. Es nuestra Magna Carta de fe y de conducta. (2 Ti. 3:16; 2 P. 1:21)
2) Hay un solo Dios, pero en esta unidad hay tres personas. Adoramos a Dios en Trinidad y a la Trinidad en unidad sin confundir las personas y sin dividir la sustancia. El Padre es una persona, el Hijo es una persona, y el Espíritu Santo es una persona; pero la deidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo es una, es igual y es eterna. (Gn. 1:26, 27; Mt. 28:19; Jn. 10:30)
3) El hombre fue creado en la imagen y semejanza de Dios pero cayó en pecado, perdió esa semejanza, y está perdido, separado de Dios y bajo la condenación de Dios. El seguir en la incredulidad, iniquidad, o la indiferencia resultará en la condenación eterna. A menos que nazca de nuevo, no puede entrar en el reino de Dios. La salvación es asunto personal, y es por gracia mediante la fe en Cristo, sin obras. El bautismo muestra al mundo que uno ha dado su vida al Señor pero no es esencial para la salvación. Habrá resurrección corporal de todos los hombres, los salvos para vida eterna y los inconversos a juicio y castigo eterno. (Gn. 1:26; Lc. 16:19-31; Jn. 3:3, 16-18, 36; Jn. 5:24; Ro. 3:10-23; Ef. 2:1-10)
4) Jesucristo es la imagen del Dios invisible, Dios mismo; concebido por mediación del Espíritu Santo; nació de la Virgen María; proveyó una redención perfecta y eterna cuando murió por nuestros pecados; resucitó corporalmente de la tumba; ascendió al cielo donde intercede por los suyos y de donde volverá personal y visiblemente; arrebatará a su iglesia a su presencia en el cielo y establecerá en la tierra su reino de mil años; ha de juzgar a los vivos y a los muertos. (Jn. 1:1-3, 14; Lc. 1:26-35; He. 9:12; 1 Cor. 15:12-21; Hch. 1:9-11; Ro. 8:34; 1 Ts. 4:13-18; Ap. 20:6; Jn. 5:24-29)
5) El Espíritu Santo es Dios y persona de la Trinidad quien está ahora en el mundo para convencer de pecado, de justicia y de juicio. Él mora en cada creyente para santificarlo, guiarlo, siendo el sello hasta el día de redención. Los dones del Espíritu Santo son amplios para capacitar a cada creyente para el ministerio al cual Dios le ha llamado y asignado. En la función de la iglesia, antes que existiera el Nuevo Testamento, Dios otorgó algunos dones muy especiales, como apóstoles, profecía, milagros, lenguas e interpretación de lenguas, como señales o credenciales al mensaje a los mensajeros, ante el pueblo judío (1 Cor. 14:21, 22). Dios es soberano y puede dar cualquier don en cualquier momento; sin embargo, la manifestación moderna de lenguas demuestra no haber sido regulado por las Sagradas Escrituras y con frecuencia causa divisiones entre el pueblo de Dios, por lo tanto no lo aceptamos. La obra del Espíritu Santo en la vida del creyente produce la imagen de Cristo. (Jn. 16:7-13; Ef. 1:13; 1 Cor. caps. 12-14; Gá. 5:22, 23)
6) La iglesia es el cuerpo de Cristo, del cual Él es la cabeza. Este cuerpo se compone de creyentes y todos ellos han sido bautizados por el Espíritu Santo para formar este cuerpo. La misión de la iglesia es adorar y servir a Dios y testificar de Jesucristo en todo el mundo como único y verdadero Salvador. La iglesia será recogida con el Señor el el aire. El Tribunal de Cristo es exclusivamente para la iglesia, donde cada creyente rendirá cuentas a su Señor, no para condenación, sino para determinar el grado de recompensa por su servicio a Dios, si fue motivado por amor, obediencia y fe. (1 Cor. 12:13, 27; 1 Cor. 15:51-53; 1 Cor. 3:13-15; Ro. 14:10; 2 Cor. 5:10; Ap. 22:12)
7) El verdadero creyente en Jesucristo, lavado en su sangre preciosa, ha sido perdo-nado y justificado delante de Dios y es poseedor de la vida eterna. En la resurrec-ción será transformado a la imagen de Cristo mismo. Sin embargo, desde ahora, Dios le ha dado, por su divino poder, todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad. También lleva a cabo la obra de la santificación, conformando al creyente a la imagen de Cristo en sumisión alegre en su señorío. Así el creyente disfrutará de victoria sobre el pecado y sobre sus enemigos: el mundo, la carne y Satanás. Esto es el evangelio para creyentes. (Ef. 1:6, 7; Col. 2:13; Jn. 5:24; Ro. 3:24, 28; Rom. caps. 6-8; 1 P. 2:11; Ro. 12:1, 2; Gá. 2:20)

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